El estreno en la gran pantalla de Los pitufos ha sido un éxito de taquilla y un duro golpe para mi memoria emocional. Las tres dimensiones, lejos de enriquecer su encanto, les confiere inexpresividad y un cierto aire futurista, más parecido a un avatar enano que a los tiernos seres que yo veía de pequeña. Ver a Gargamel de "carne y hueso" es una experiencia similar a cuando de pequeña me decían "¡Vamos a ver a Mickey Mouse!", y yo acababa viendo a un pobre hombre medio asfixiado dentro de una cabeza gigante de Mickey Mouse que tan sólo movía las manos en señal de eterno saludo (o despedida).
Creo sinceramente que hay cosas a las que deberían colgar un enorme cartel de "NO TOCAR": Las pinturas rupestres, los lavabos públicos y las series y películas que forman parte de la memoria colectiva de toda una generación y que sustentan en gran medida su estabilidad emocional (¿Habéis visto la versión cinematográfica de El equipo A? miedo me da enfrentarme a ella ). Mis sobrinos no entienden a qué me refiero, pero es que ellos no se criaron en los ochenta, una etapa hortera, llena de encanto y muy muy bidimensional.
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