1/11/11

Downton Abbey

Os escribo desde la espesura mental de una considerable resaca de serie televisiva. Muchos sabréis a qué me refiero. Empezáis a ver una serie con varios capítulos disponibles con la sensata intención de ver una dosis razonable de tele, dos horas como muchísimo. Sin embargo el primer capítulo termina dejando en el aire preguntas vitales del tipo: ¿estará realmente muerta? ¿le delatará el protagonista? ¿se acostarán en el segundo capítulo? y nos vemos en la imperiosa necesidad de acudir a la segunda entrega con cierta hiperventilación. Pero el final del segundo capítulo tiene el mismo veneno adictivo que el primero y, aunque sabemos en lo más profundo de nuestra conciencia que la base de un buen guión es su capacidad para atrapar al espectador y que esa serie está escrita por un gran guionista experto en enganchar a la pantalla a millones de personas de cualquier raza, edad y condición sexual, vemos también el tercer capítulo...y el cuarto,  el quinto... y el sexto no lo ves porque ya no hay más capítulos disponibles y además son las cinco de la mañana y te quedan escasas horas para conciliar el sueño en fase REM.
Me pasó con Los Soprano, me pasó con Mad Men, me pasó con The Wire, (también me pasó con Dinastía pero nunca lo reconocería ante un jurado popular) y me sigue pasando con las nuevas series que ciertos geniales y manipuladores guionistas siguen sacando al Mercado.

Anoche me pasó con Downton Abbey. No tenía la menor expectativa de caer víctima de la muy socorrida trama inglesa ––familia aristocrática lucha por conservar su posición social y económica buscando un buen marido para su primogénita––, pero terminé, a las tres de la mañana, obligándome a apagar la pantalla bajo amenaza de quedarme sin postre una semana. En mi defensa diré que Downton Abbey es una gran serie. Buen guión, grandes actores y una ambientación espectacular. Logra trasladarte a principios del siglo XX y te introduce en las infinitas estancias de una mansión plagada de sirvientes con cofia e innumerables tareas. En pocos minutos te haces cómplice de algunos personajes y los acompañas por escenarios extremos en su lujo o precariedad (bendita clase media).  De modo que si con Los Soprano terminé viéndole la gracia a los tupés y a la tenencia ilícita de armas, con Downton Abbey me temo que sentiré impulsos de limpiar la plata a las cinco de la mañana. Decidme que no soy la única...


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